Hace ya más de 28 años que nací viendo pasto desde mi balcón. Nací prácticamente en el límite norte del pueblo, en el Hospital Comarcal y viví entre la Calle Juan del Rey Calero e Hilario Ángel Calero, justo en la misma zona. En aquella época el hospital estaba rodeado por un muro por delante y por pasto por detrás, el teatro El Silo no existía y lo que allí había era un solar cuyo edificio, el del silo de pienso, estaba en estado ruinoso; por encima, donde ahora está el Parque Aurelio Teno, solo había arena y más allá era campo, con sus moreras donde coger hojas para alimentar a los gusanos de seda, más ratas de las deseadas y alguna que otra serpiente; tan solo había algunas edificaciones cercanas al Hospital en la parte media-baja de la avenida El Silo y, alguna más suelta antes de llegar a la ermita de San Antonio.
Por encima del otro paseo, el Marcos Redondo, solo estaban los institutos y el edificio sin reformar de “la salchi”, incluso seguía por allí algún resquicio de las edificaciones propias por donde pasaba la vía del tren; todo era pasto y cercados con algunos caballos, incluso el olor a alpechín era casi insoportable en la parte baja de dicho parque, ya que se encontraba allí la que yo conocí como la fábrica de aceite de “los ochentas.”
No he vivido como era Pozoblanco anteriormente ni conozco donde tenía exactamente sus límites físicos donde ya se podía diferenciar entre calle y camino, entre parcela para hacer una casa y cercado para animales. Estos 28 años Pozoblanco ha crecido hacia el norte, ha crecido hacia la zona de San Antonio y La Salchi, por lo que se podría decir que “el tío las pelotas” ya no es el centro del pueblo. Si nos fijamos, poco o nada se ha edificado más allá de barriadas como los Llanos y San Bartolomé, tan sólo la gasolinera, el Recinto ferial y la Ciudad Deportiva destacan como nuevas edificaciones. La zona del “ciento” no ha cambiado y justo más allá de la plaza de toros ya salimos del perímetro de la localidad encontrando caminos.